Fanáticos de la competencia cara a cara, organizan encuentros semanales en los que, más allá de los premios, pesa el deseo de jugar.
La modalidad online y el perfeccionamiento técnico de los gráficos supuso una revolución para la industria de los videojuegos, pero implicó que ese «venite a casa a jugar» de la infancia se haya extinguido.
Pero no es un punto de peregrinaje masivo. Incluso es totalmente desconocido para mucha gente de la zona. Sólo para iniciados, en este punto oculto de zona sur todos los fines de semana hay una cita con el pasado.
Delante del proyecto está Pedro, un vecino que, pisando los cuarenta, cumplió el sueño de tener su propio local lleno de arcades, consolas y teles de tubo. Para eso tuvo que remodelar un viejo bar y transformarlo en algo parecido a los negocios que visitaba de chico en las vacaciones en Carlos Paz. Con la típica penumbra y luces de neón incluidas.
«Hicimos una primera demostración, antes de la pandemia, y comenzó a funcionar, primero de forma bastante underground. Los domingos abríamos y venía mucha gente, algunos a vender sus cosas y a tomar, y un pequeño grupo especialmente a jugar«, cuenta Pedro sobre esos primeros ensayos, con un ex socio.
Comenzó a organizar torneos de Mortal Kombat y Street Fighter. «Además teníamos toda la ‘familia’ Sega, incluyendo máquinas que fui consiguiendo gracias a una persona que tenía galpones y galpones con arcades que fuimos rearmando», cuenta Pedro.
Es que si bien hoy en día los locales de fichines son una rareza y prácticamente solo se ven en la Costa Atlántica (los de los shoppings suelen tener máquinas nuevas de tickets) todos esos muebles que ocupaban los viejos negocios al estilo Sacoa siguen existiendo. Algunos quedaron arrumbados en depósitos y otros son recuperados por coleccionistas que los ponen a punto.
En internet, el boom nostálgico pisa fuerte y hay muchos grupos dedicados especialmente al armado de arcades, ya sea con piezas originales como los que emulan las antiguas plataformas pero con materiales y tecnología actual.
En el caso del Club Sega, la idea siempre fue rescatar la experiencia lo más parecida posible a como era a fines del siglo pasado. Sin embargo, el alcance del proyecto y la demanda que generó no tardó en superar a su organizador.
«Después de un año y medio decidí cerrar, estaba yo solo con todo incluyendo atender a la gente, preparar la comida, organizar los torneos. Colapsé. Pasaron tres meses y mucha gente me pedía volver«, relata sobre aquellos tiempos en los que, además, alternaba el Club Sega los domingos con sus otros dos trabajos durante la semana.
Ahí fue cuando surgió la idea del club no tanto al estilo sociedad de fomento, sino sociedad secreta. «Convoqué a los que más jugaban, desplazamos el tema de la barra y lo enfocamos en eso, el juego. Y prendió», recuerda Pedro. Eran momentos en que el espacio se autosustentaba, pero con poco margen. La entrada era la inscripción al torneo y con eso se debían cubrir los gastos.
Entonces llegó la pandemia. Al cierre forzoso se le sumó el tener que desprenderse de muchas máquinas por necesidad económica. Cuando la situación se fue normalizando, sólo quedaban 15 miembros activos. «A mí me pareció bárbaro, tampoco buscaba algo masivo. Entonces se nos ocurrió hacer una especie de suscripción, una memebresía mensual. Se estuvo sumando gente y hace poco volví a Facebook y se abrió una página aparte», explica Pedro.
El grupo original de Club Sega Argentina tiene más de cinco mil miembros, pero su fundador ya no forma parte. Prefiere priorizar el espacio cara a cara. Los torneos siguen a toda máquina y el valor de la inscripción es de 700 pesos. Lo que se junta entre todos los que participan conforma el premio